El Vierzo de Valentín
Fronterizos. por Miguel Á. Varela, 16 de agosto de 2009
Anda por los escaparates de las librerías el antídoto perfecto contra la anorexia del best seller y la flojera de la erudición localista. Es un libro que impresiona por su volumen (medio millar de páginas, media cuarta de lomo, un millar de fotografías-¦) y que incluye un documental de algo más de una hora en el que un puñado de viajeros anda tras el Shangri-La de ese rincón del noroeste al que todos llamamos Bierzo salvo Valentín Carrera, el responsable de esta maravillosa locura, que recupera la toponimia ancestral más como buceo en la intrahistoria que como capricho estilístico.
El jefe de todo eso es un joven al que ya se le ha caído el pelo que, como Gil y Carrasco, como Pereira o como Guerra Garrido, siempre encuentra un pedazo de su tierra en lo más recóndito de su periplo, y lo cuenta porque sabe que lo más importante del viaje no es el recorrido, sino el propio viajero, que nunca es el mismo al volver. Una llamada de Valentín Carrera es siempre una invitación inesperada ante la que hay que estar alerta. La última vez que llamó a Pereira, el villafranquino se lo puso claro: «Yo voy donde tu digas, pero no me subo ni a caballo ni en globo».
Valentín conoce el tango de Alfredo Le Pera y ha vuelto a recorrer estos valles mil veces recorridos para contárnoslo en un libro que derrocha heterodoxia, esconde humorismo fronterizo, revuelve estereotipos y escarba un poco más en el secreto de esta tierra, inaprensible como la niebla, escurridiza como los recuerdos de infancia. En el Viaje interior por la provincia del Bierzo viven hombres como Luis San Juan, que iluminó su tiempo con la arqueología mítica de una fortaleza en ruinas, o vuelan con alas limpias poetas que se fueron a enamorar y a morir al Berlín imperial. Pero, sobre todo, en el Vierzo de Valentín estamos muchos que desconfiamos de la necesidad de banderas y consignas para amar a la propia tierra, la mejor manera de amar el mundo.