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LA BRUJERIA LEONESA

LA BRUJERIA LEONESA
Autor: TURIENZO MARTINEZ, Alfonso

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Seguro que en más de una ocasión, sobre todo de pequeños, hemos oído hablar de las brujas como mujeres malvadas que se comían a los niños crudos y que volaban montadas sobre una escoba; pero, probablemente, nunca nos hemos planteado hasta qué punto estas supersticiones pueden ser verídicas. Lo cierto es que están ahí y tanto la historia como las tradiciones de cualquier país de Europa dan testimonio directo de ellas.

El término brujo o bruja es un término ambiguo, ya que con él se designa tanto al curandero como al individuo que rinde culto a los poderes infernales e incluso al practicante de las diversas “mancias” o artes adivinatorias. Sebastián de Covarrubias define así a los agentes de la brujería:

«Bruxa, bruxo, cierto género de gente perdida y endiablada que, perdido el temor a Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al demonio a trueco de una libertad viciosa y libidinosa, y unas vezes causando en ellos un profundíssimo sueño les representa en la imaginación ir a partes ciertas y hazer cosas particulares, que después de despiertos no se pueden persuadir, sino que realmente se hallaron en aquellos lugares, y hizieron lo que el demonio pudo hazer sin tomarlos a ellos por instrumento. Otras vezes realmente y con efeto las lleva a parte donde hazen sus juntas, y el demonio se les aparece en diversas figuras, a quien dan la obediencia, renegando de la Santa Fe que recibieron en el Bautismo, y haziendo […] cosas abominables y sacrílegas» (1).

Lo primero que debemos tener en cuenta es que en cada comarca, incluso en cada pueblo, se suele hablar de las brujas de forma distinta, pero en líneas generales suele ser una pobre mujer que, en muchos casos, vive sola, apartada del pueblo, entrada en edad y que por enfermedad o descuido olvida acudir a misa los domingos. Los vecinos, propensos a una mentalidad rural poco formada, enseguida le cuelgan el “sambenito” de bruja y la acusan de todos los desastres que acaecen en la localidad, tales como la pérdida de cosechas, enfermedades del ganado, etc.

En este trabajo pretendo acercarme concretamente a la bruja leonesa, que en ocasiones se manifiesta con poderes sobrenaturales, reencarnándose por las noches en animal supersticioso, como el gato negro, el sapo o la lechuza; reuniéndose con sus compañeras de malas artes los viernes a media noche en el bosque, bajo la luz de la luna, y adorando al “Señor de las Tinieblas” que se aparece en la reunión en forma de macho cabrío en lo que se conoce como “Aquelarre”. La primera referencia en la literatura castellana de los vuelos que hacían las brujas para acudir a estos aquelarres la encontramos en el Libro de Alexandre (S. XIII).

En muchos pueblos leoneses, sobre todo las personas mayores, recuerdan aún las habladurías y temores contra el llamado “mal de ojo” de las brujas, que es una especie de conjuro que sirve para causar daño al prójimo. Por “mal de ojo” se entiende comúnmente la influencia negativa que ejercen algunas personas, sobre todo las brujas, sobre otras personas, animales, cosas y actividades. Las causas que provocan este mal son la envidia, el odio, los celos, el mal querer, la mirada intensa y el halago excesivo hacia los niños.

En Morales del Arcediano, pueblo cercano a Val de San Lorenzo y a la conocida ciudad de Astorga, se recuerdan remedios contra el mal de ojo, siendo el más corriente el de proteger a los niños con una cédula bendita de tela o escapulario que se decoraba con escamas de pescado haciendo un dibujo en forma de flor; dentro de éstas figuraban unos salmos en latín que se imprimían en una imprenta de Astorga. Algunos atribuyen el éxito de estas hojas de papel impresas a la figura de San Caralampio, abogado protector contra las brujas. Este mismo remedio de la cédula –también llamada nómina– se ha empleado en Astorga, el Páramo, Valdería, Valduerna y La Bañeza. En otros lugares para librar del mal de ojo a los niños se les colgaba al cuello un coral enganchado a un cordón o una figura de azabache negro en forma de mano o de cuerno, etc., llamada higa. En Valderas se creía incluso que el mal de ojo podía sufrirlo la criatura antes de nacer, provocando con ello el aborto. El hecho de que se prestara especial cuidado en proteger a los niños se debía a que eran éstos el objeto directo de este influjo maligno, cuyas consecuencias directas eran las del enflaquecimiento (anemia), la tristeza y la contracción de enfermedades que llegan a provocar la muerte. Dos refranes castellanos corroboran este aserto: “El niño murió: reventado sea el ojo que lo aojó” y “Brujas y hechiceras, malas para los niños: ¡fuego con ellas!”.

No obstante, la bruja no es la única responsable del temido mal de ojo. Así, por ejemplo, en La Bañeza se cree que las brujas, pero también las comadrejas, con sólo mirar a los niños les pueden hacer cuanto daño quieran. Para evitarlo, cuelgan al cuello del niño la regla de San Benito y los Evangelios. Contra la comadreja suelen quemar sustancias que sueltan mal olor. Y en Bembibre se cree que quien causa el mal de ojo son los tuertos. En El Bierzo se dice que cuando una persona te mira con malos ojos, si le aguantas la mirada, entonces todo el mal que te manda vuelve a ella, vuelve donde salió (2). Otros agentes humanos del mal de ojo pueden ser las mujeres embarazadas, las gitanas y, en general, cualquier otra persona envidiosa o celosa, sobre todo si se trata de mujeres viejas. Y en cuanto a los agentes animales, además de la citada comadreja, otro animal causante del mal de ojo es el basilisco, cuya mirada puede resultar mortal.

El basilisco es uno de los mitos más antiguos. Se trata de un animal fabuloso que tiene el poder de matar con la mirada. En la Edad Media se representaba como un gallo de cuatro patas, con corona, plumaje amarillo, alas espinosas y cola de serpiente. Los Padres de la Iglesia lo describen como el rey de las serpientes, resultado de la incubación de un huevo de gallina por una serpiente. La tradición oral en Castilla y León propone algunas señas para identificar al basilisco. No hace mucho tiempo mi padre, natural de León, me contaba lo siguiente: «cuando yo era un chaval, mi madre siempre decía que si en el nido de gallina aparecía un huevo muy pequeño había que tirarlo, ya que lo había puesto el gallo». Pues bien, existe la creencia de que en tal huevo pequeño, si no se rompía pronto, se desarrollaba un basilisco o un dragón con las propiedades del basilisco.

En Rosales, Gordón y Valdevimbre se cree que el basilisco puede formarse a partir del pelo de una mujer, si éste es arrancado con raíz. Por eso las mujeres, cuando se peinaban, hacían un manojo con los cabellos desprendidos en el peine y lo arrojaban lejos, o bien lo quemaban, para evitar que surgiese el monstruo.

En la cultura tradicional el basilisco ha sido considerado como un ser fiero; por eso es común la expresión “ponerse como un basilisco” para referirnos a una persona que actúa de manera intratable. En la iconografía encontramos representaciones de este animal en lugares insospechados, como las sillerías de coro de las catedrales de León y de Astorga (3).

Para tratar de curar el mal de ojo (culleitizo) en León se solía acudir a un cruce de caminos. En La Cabrera se utilizaba un remedio que consistía en aspirar el humo de una hoguera durante algún tiempo. Otra forma de curación era la de llevar al niño afectado al monte, exactamente a un cruce de caminos, y allí debían esperar a que pasara un caminante; en el momento en que alguno se acercaba, la mujer que había llevado al niño decía:

Hombre de buena fortuna,
quítame el culleitizo a la criatura.

El caminante, al que debemos suponer familiarizado con el rito, debía saltar por encima del niño y así quedaría curado. En San Pedro Bercianos, en la comarca del Páramo, se recogía hinojo con este fin (4).

Otro método empleado consistía en llevar al niño junto al horno donde se cocía el pan. Se contaban los panes que estaban dentro del horno y se lanzaba el mismo número de habas dentro. Después se acercaba el niño a la boca del horno el mismo número de veces, y a la vez se pronunciaba este conjuro:

Aire lugar
esperimenta de males.
¿Este cuerpo qué tien?

Entonces se colocaba al niño en la pala del horno, se le acercaba a la boca del mismo otras tantas veces y se decía:

Culleitizo al forno irás
y eiquí ñon volverás (5).

Es frecuente encontrar en la comarca de la Maragatería losetas con unos dibujos de cuatro o seis pétalos, que se colocan en las entradas de los establos y de las casas para preservar a las personas y a los ganados de las males artes de las brujas. En realidad estas losetas no son otra cosa que estelas funerarias que los romanos grababan en las lápidas de sus tumbas.

En Paradiña, para curar el mal de ojo en los animales (logramento), se pasaba una vara de acebo por el lomo y las patas del animal haciendo cruces y diciendo:

Logramento che corro,
de sete estados en fondo,
esta vara d’acebo che poño (6).

En El Bierzo, si una pareja de bueyes tenía mal de ojo, el amo se quitaba los pantalones, frotaba a los animales con ellos y después apaleaba la prenda o bien la arrojaba a lo alto de un tejado (7).

En otra comarca, como en el municipio de Gordón, también se temía a las brujas, y cuando las vacas no daban leche, los aldeanos corrían a los matorrales más próximos y los apaleaban, pues creían que allí estaban las brujas echando el mal de ojo a los ganados (8). En algunos establos de la comarca de la Cabrera colgaban ramas de laurel para que las brujas no provocaran el “andancio” (enfermedad epidémica leve) al ganado. También se decía que el chirrido que producía el “carro chillón” espantaba a las brujas. En El Bierzo, para sanar a los enfermos de cuxillo y erisipela, se mojaba una rama de saúco con agua y aceite de oliva y se pasaba por la parte afectada, repitiendo tres veces esta fórmula:

Bixos e bixas, fuego mordía,
van pola costa do monte arriba
a la rayada da mediodía.
Encontráronse con nosa Señora,
a Virxen María, e preguntaronye
¿Qué ye faría?
Con unhas ramiñas do monte
e unha ponca d’agua da fonte fría
e unhas gotiñas d’aceite d’oliva.
Con eso e c’a gracia da nosa
Señora, a curaría (9).

Un caso concreto y real de hechizamiento o mal de ojo lo contaba Carolina Geijo en Val de San Lorenzo: decía que había una vecina del pueblo a quien se le enfermó un caballo; la mujer decidió entonces llevar el animal a un curandero, y éste dijo que el caballo estaba embrujado por una vecina que la quería mal; podía saber de quién se trataba porque en el lomo del caballo aparecería la inicial del nombre de la bruja. Al parecer así fue: se trataba de la ti María. Posteriormente este mismo caso fue recordado por su hija Dolores de esta manera: había una señora hombruna en Val de San Lorenzo, cuyas caballerías empezaron a morir “de torzón” y porque no orinaban. Dos cabalgaduras había ya perdido, y a la otra poco le faltaba, cuando fue a ver a una bruja que había en Espadañedo para que le resolviera el problema. La meiga le dijo que todo aquello se debía a un conjuro que había hecho una vecina amiga suya, también bruja, que le había echado, por envidia, el mal de ojo a los animales, puesto que éstos seguro que tenían una “M” marcada en el anca, y que el nombre de esta vecina empezaba por la misma letra. También le dijo que en el camino de vuelta se encontraría con ella, la saludaría amablemente y conversarían las dos al llegar a su casa. Le indicó que fuera a la cuadra y mirara junto a la pata del animal, donde había grabada una “M” inicial del nombre de la bruja y causante del maleficio. Dio la casualidad que por el camino de Santiagomillas, la maragata se encontró con una vecina suya que andaba limpiando la huerta de hierbas, llamada María, y la saludó. No esperó más. Allí mismo le sacudió tal paliza que la dejó medio muerta de golpes con el estoque. Poco después se la encontró ensangrentada, muriendo a los pocos días de la paliza recibida. ¡Y seguro que ni era bruja ni nada, pero la otra lo creyó y le dio de golpes con la fusta! (10).

Pero de todos los relatos que contaba mi abuela Dolores, el que más le revolvió el sueño y las sopas de ajo que tomó antes de acostarse un día, fue el del mesón en el día de Nochebuena. Un padre y una hija bruja llegaron a Val de San Lorenzo el día 24 de diciembre de año incierto y pararon en el mesón del pueblo. Los hombres que allí se encontraban le vieron cara de bruja a la hija y comenzaron a contar historias de quemas de malas mujeres en el centro de la plaza. Ella que los escuchaba preguntó al padre si ella había de ser bruja, que no lo era, dónde había de esconderse para que no la atrapasen. «En el palleiro», dijo el viejo, y allá fue a esconderse la moza, mientras que los hombres del pueblo, que sospechaban de ella, prendieron fuego al pajar y la quemaron viva (11).

No obstante, para saber si una mujer es bruja, no basta con la mera sospecha. Una fórmula empleada en el Páramo leonés para saber si una mujer era bruja consistía en echar un garbanzo en la pila del agua bendita de la iglesia; en este caso la bruja saldría la última del templo (12).

En Zacos y La Valcueva existía la creencia de que al morir las brujas, éstas traspasaban sus poderes al estrechar la mano de otra persona. Solían buscar a sus sucesoras entre las parientes más próximas.

Ante estas arraigadas creencias acerca de las brujas y quizá por eso de que “es mejor prevenir que curar”, se han empleado todo tipo de amuletos: cruces diversas, medallas, patenas, relicarios, escapularios, evangelios, reglas de San Benito, papeles de San Francisco, campanillas, dijes, higas de azabache, cuentas de coral, cuernos, castañas de indias, etc. Este tipo de amuletos se aprecia muy bien en los trajes regionales femeninos, como es el caso de las maragatas, que visten con las donas o regalos que el novio hace a la novia, y que son collares con rosario, medallas y algunos otros amuletos.

Entre las cruces, una de las más usadas es la de Caravaca, de enorme difusión en estas tierras como preventivo brujeril y contra las tormentas. Una cruz empleada contra los exorcismos –tengo la suerte de poseer una– es la de San Benito, aunque desconozco si ésta se ha usado en tierras de León.

En otras ocasiones bastaba con hacer la señal de la cruz, solicitando la bendición de un sacerdote o realizándola cualquier persona. En los primeros años del S. XX, un hombre de Roderos decía: «Son las mujeres un tanto supersticiosas; creen que a los niños les acometen las brujas; cuando esto sucede, o para librarse de ello, el párroco bendice a los niños o la casa, y entonces quedan tranquilas. También es frecuente que se pida la bendición para las cerdas cuando paren; el párroco va y echa la bendición para animales» (13).

En Jiménez de Jamuz, pueblo conocido por su típica alfarería, se hacían cruces en el suelo, junto a la boca de atizar el horno, mientras que en El Bierzo las cruces se hacían dando saltos sobre la lumbre (fumazo) que se encendía a la puerta de las casas la víspera de San Juan, quemando plantas olorosas (ruda, romero, cantueso) y azufre, y pronunciando al mismo tiempo este conjuro:

Si eres bruxa, te arreniego
y si eres demo, vaite al infernu.

Después llevaban el fumazo por todos los rincones de la vivienda, portalones, cuadras y pallozas (14). En Riolago de Babia se hacían los fumazos con llantén, laurel, tomillo y cuernos de carnero, quemándolo todo en una caldera de cobre y dejándolo durante todo un día en el patio de casa. En Valencia de Don Juan se sahumaban las cuadras con tomillo bendecido el día de San Juan (15).

En la montaña leonesa existe la costumbre de hacer una cruz en las cenizas de la lumbre para que no entren las brujas por la chimenea durante la noche (16).

Otro uso muy generalizado para repeler a las brujas es el de las tijeras abiertas en forma de cruz, que se colocaban debajo de la cama, del colchón o de la almohada. Otra variante de la cruz, también bastante extendida, es la que se hacía con los dedos cuando alguien se cruzaba por la calle con una bruja. En este caso también valía el gesto de santiguarse.

Diversas son también las medallas, escapularios e imágenes que muchas personas llevan consigo con el mismo fin. Sin embargo, otras imágenes son fijas, como es el caso de los detentes que aún se ven colocados en algunas puertas, sobre todo los del corazón de Jesús, lo mismo que imágenes de santos que se guardan en las casas.

De los escapularios el más común es el de la Virgen del Carmen.

Otro elemento empleado es el agua bendita, cuyo papel simbólico en la religión como elemento purificador es de sobra conocido. Todavía hay pueblos que conservan la tradición de bendecir agua en la Vigilia Pascual, la noche del Sábado Santo, para después repartirla a los fieles, que acuden con vasijas a la celebración para poder llevarla a sus casas. Esta agua se echa posteriormente en las pequeñas pilas que se colocan en las entradas de las viviendas, o bien se utiliza para realizar aspersiones en las casas, las cuadras del ganado o directamente sobre las personas.

En la iglesia de Saelices del Payuelo se guarda en un armario, lleno de reliquias, un autógrafo de Santa Teresa de Jesús que se utiliza contra el mal de ojo.

Don Miguel de Unamuno recuerda esta experiencia vivida en León:

«Tiene para mí San Isidoro de León otro recuerdo, y es que en su solemne recinto, en un día del mes de agosto de 1906, su abad solemne, don Jenaro Campillo, me sacó los demonios del cuerpo con la mandíbula de San Juan Bautista, que allí se venera. Es una historia que he de contar algún día para edificación de las almas sencillas que crean en la mandíbula del Bautista y en mis demonios, y no sé si para regocijo de los espíritus volterianos» (17).

Otros objetos que han servido de protección contra el mal de ojo han sido fragmentos de altar de iglesia o de monumentos antiguos.

No sólo son de tipo religioso los objetos empleados contra este maleficio; también los encontramos de tipo profano, como la higa, que es posiblemente el amuleto profano más extendido. Parece ser que este amuleto ya era utilizado en el mundo fenicio. La higa reproduce una mano en diferentes posturas, siendo la más frecuente aquella que representa una mano cerrada y con el dedo pulgar entre el índice y el corazón. En la antigüedad era corriente hacer un gesto injurioso que tenía por objeto ejercer una acción nociva a distancia sobre un ser viviente, y a este gesto se le llama en España hacer la higa: consiste en cerrar la mano y pasar el dedo pulgar entre el índice y el corazón. Si la persona a quien se dirigía esta acción despreciativa poseía algún objeto que anulara tal acción, el gesto quedaba sin efecto. El objeto que anulaba el mal deseo era reproducción del mismo gesto, y se llamaba también higa. En León han sido muy conocidas las higas de azabache o de coral en los collares de las mujeres y dijeros de los niños, en La Bañeza, Riberas del Órbigo y Maragatería, siempre con la finalidad de ahuyentar el mal de ojo (18).

En Gordaliza del Pino se decía que los que causaban el mal de ojo partían el corazón de la criatura, y para prevenir ese mal le ponían al niño unos azabaches a los que llamaban higas, siendo estos amuletos, y no las criaturas, los que sufrían los efectos del maleficio.

Además de las higas, en la Maragatería se usaban cuernos de coral rojo contra el mal de ojo, los alunamientos –considerados como una variante del mal de ojo–, las almas en pena, las tormentas, los vómitos, las hemorragias, etc (19).

El cuerno de unicornio ha sido un poderoso amuleto que se ha utilizado como protector contra mordeduras ponzoñosas y también, en algunos casos aislados y como otros tipos de cuernos, contra el mal de ojo. En el caso de que se haya producido un envenenamiento, actúa de manera infalible como antídoto. En la provincia de León existen algunas leyendas alusivas al unicornio, como la de San Genadio, quien siempre iba acompañado de uno de estos animales fantásticos (20).

En Peñalba de Santiago, para tratar una mordedura venenosa o cualquier clase de envenenamiento, introducían el cuerno de unicornio en un recipiente con agua y trazaban la señal de la cruz un número impar de veces. Después removían la superficie del agua y ésta debía ser tomada por el paciente (21). En Santalla había una familia que guardaba un cuerno de unicornio cual si fuera un tesoro, y lo utilizaban para bendecir el agua con la que trataban picaduras de abeja o de cualquier otro animal (22).

También las campanillas y sonajeros han sido frecuentemente utilizados, sobre todo en la montaña leonesa. Desde la antigüedad –Edad del Bronce – existe la creencia de que el sonido de ciertos metales, como el bronce, el hierro y la plata, ahuyentaba los malos espíritus. En un inventario de Astorga de 1808 aparece un cinto con su cascabelero, campanillas y otros dijes de plata (23).

En la zona de Boñar se utilizaban herraduras como elemento protector contra las brujas: con el fin de impedir su entrada en las casas, colocaban herraduras en las puertas y en las chimeneas. Y en el Páramo se pintaban herraduras o se aplicaban éstas candentes en las puertas de las cuadras para prevenir a los ganados de cualquier maleficio (24).

Las patas de ciertos animales, como las del tejón o las del topo, han sido consideradas protectoras. En San Justo de la Vega se utilizó una pata de lagarto, y en Villablino, según se deduce de un inventario de finales del S. XVIII, se menciona el empleo de una uña de oso, engastada en plata (25). También en Villablino aseguraban que los niños quedarían libres del mal de ojo y de las brujas si colocaban dentro o debajo de las cunas un saquito con alcanfor. En Grajal se prevenía el mal de ojo con un cuerno de ciervo, mientras que en otros lugares se han empleado con el mismo fin cabezas de víboras. Otra costumbre ha sido la de colocar colmillos de jabalí a las caballerías y mujeres lactantes, o la de poner un número impar de bolas de alcanfor dentro de una bolsa que se colgaba después del pescuezo de las vacas.

Todavía hoy se pueden ver colocados en los balcones de muchas casas los ramos bendecidos el Domingo de Ramos; se trata de otro elemento protector, como también lo es el ajo, conocido repelente de los vampiros. En Villar de las Traviesas se les colgaba a los niños un collar de ajos y apio.

Otro empleo diferente de los vegetales es el que se hacía en Cacabelos, donde existía la costumbre de preparar un baño para enamorar a los hombres, haciendo previamente una infusión con albahaca, tomillo, canela en rama y un poco de miel; se echaba en el baño y dejaba un olor irresistible para los hombres.

En cuanto a los lugares en los que las brujas celebraban sus rituales, ya he referido antes que solían tener las reuniones los viernes a media noche en el bosque, bajo la luz de la luna y en presencia del diablo que solía tomar forma de macho cabrío. Allí las brujas danzaban alrededor de una hoguera mientras bebían sangre y cometían todo tipo de excesos sexuales. Suelen gustar más de los valles que de los montes. No son éstos los únicos lugares elegidos, ya que también tienen propensión hacia las iglesias y ermitas abandonadas, los cementerios y las encrucijadas de caminos.

Un cuento recogido en Riaño en 1936 sobre este tema es el titulado Las brujas de Cansoles, en el que se dice que las brujas iban a bailar todas las noches al campo de Cansoles, junto a Guardo, y había una hija con su madre a quienes les gustaba mucho el baile. La hija era muy guapa. Sucedió una vez que, pasando un pobre por Cansoles, fue a pedir posada a la choza donde estaban las dos brujas. Éstas le mandaron entrar y, después de darle de cenar, le mandaron que se acostase en un escaño que tenían en la cocina. El pobre hombre se acostó, pero no se durmió. Hizo que estaba dormido, pero en realidad estaba despierto. Las brujas entraron y le amarraron bien con un cordel al escaño, y a eso de las doce levantaron un ladrillo del suelo de la cocina y sacaron un frasco con unturas, y con ello se untaron toda la cara, los ojos, las manos, los pies y hasta el ombligo. Y entonces dijeron: “¡Por encima de zarzas y espinos, a bailar al campo Cansoles!”. Y salieron volando. Y el pobre, que todo lo estaba viendo, pudo desatarse un brazo, levantar el ladrillo y sacar el frasco del ungüento. Se untó la cara, las manos, los pies y el ombligo, y dijo: “¡Por encima de zarzas y espinos, a bailar al campo Cansoles!”. Y salió disparado como un rayo, con banco y todo. Llegó a Cansoles y vio el baile que tenían las brujas, y tanto le gustaba la hija del ama que la sacó a bailar. Y estando bailando, fue a dar una vuelta con el banco y quitó las narices a la bruja joven. Cuando volvieron para casa, el pobre se adelantó y llegó antes que ellas, de manera que lo encontraron acostado en el banco, tal y como ellas lo habían dejado. Por la mañana, al levantarse, le preguntó a la bruja joven qué le había pasado, que tenía las narices tapadas. Y ella le contestó que en un baile que habían tenido, al dar una vuelta había chocado contra un poste y se había roto las narices. El pobre se marchó. Y las brujas siguen bailando en Cansoles (26).

Hay datos de aquelarres en Val de San Lorenzo, donde las “meigas” (27) –ya sabemos que «haberlas, hailas»– danzaban con el “meigo Andrés” todos los jueves por la noche en el rigueraval, entre Val de San Lorenzo y Valdespino de Somoza; danzaban en torno a la hoguera y hacían el “ijuju”. Esa noche nadie se atrevía a salir de casa, pues andaban las brujas en facendera, según relataba Carolina. Su hija Dolores decía que, al anochecer de los martes y los viernes, las brujas y meigos del pueblo se reunían en el cascallal para bailar, y tal era la credulidad de los vecinos que decían verlos desde las casas.

En Foncebadón se levanta la famosa Cruz de Ferro, testigo de los aquelarres que se celebraban antaño en las cercanías de una fuente los treinta de abril de cada año, día de San Felipe. Esta misma fecha marca los aquelarres del Valle de Veiga del Palo, pueblo de la comarca de Laciana en el que existe una fuente de las brujas. También hay noticias de aquelarres de brujas en el pueblo de Grulleros, en cuyas afueras tenían lugar estas reuniones los viernes por la noche (28).

En sus escritos, Manuel E. Rubio Gago, conocedor de las creencias populares leonesas, constata que el fenómeno de la brujería no sólo va más allá del simple mito para atemorizar a los niños cuando se portan mal, sino que es un fenómeno supersticioso profundamente arraigado en nuestra cultura tradicional.

Y el filólogo salmantino Juan Francisco Blanco, en su libro Brujería y otros oficios populares de la magia, aporta las pruebas necesarias para demostrar que la brujería ha tenido un fuerte arraigo en Castilla y León.

César Morán afirma que en Quintanilla de Sollamas «sucedió que un hombre notaba que la cuba de vino que tenía en la bodega disminuía rápidamente, sin poder averiguar la causa, teniéndolo todo, como lo tenía, bien cerrado. Hasta que una noche oyó gran algazara dentro. Escuchó y cantaban:

Por encima de paredes
y por debajo de sebes,
a la cuba de Fulano
me llevedes.

Era un corro de brujas que penetraban por el agujero de la cerradura, con el fin de catar el vino, que, al parecer les gustaba mucho» (29). También en algunos lugares de la provincia existía la creencia de que las rachas de viento que entraban en las casas eran corros de brujas (30).

En la comarca de Maragatería se cuenta que el tío Barrigas –anciano sin hijos y con la mujer enferma, a la que procuraba socorrer con caldos de gallina – un día, después de hacerle el caldo a su esposa, vio que la carne de gallina había desparecido. Esto se repitió varios días, hasta que una noche oyó un ruido misterioso dentro de la casa. Se puso al lado de la gatera, tapando el orificio con un saco y logrando, de esta manera, atrapar un gato negro. Lo estaba golpeando contra el suelo cuando desde dentro del saco salió un grito: «¡No me golpees más, tío Barrigas, que no lo volveré a hacer nunca!». Se trataba de la tía Pardala, que era meiga y se dedicaba a hacer incursiones de noche por las casas del vecindario en forma de gato (31).

Según contaba mi abuela Dolores, en Val de San Lorenzo se creía que, si en una cocina entraba un gato y la dueña de la casa le pegaba para que se fuera, si éste no era de casa, al día siguiente quien había atizado al gato miraba a sus vecinas para ver si llevaban la señal. En el caso de que alguna de ellas se hubiera dado un golpe más o menos en el sitio que lo había recibido el gato, estaba claro que aquella persona era una bruja que se había vuelto gato para entrar en una casa y, a partir de ese momento, quedaba señalada como bruja. Dolores recuerda que, cuando era una niña, había una señora, la ti Juana, que vendía caramelos y dulces para niños en su casa, y que era tenida por bruja, «por lo que nadie quería ir, pero las niñas ricas del pueblo, que disponían de una perra para comprarse una barra de aquellas de caramelo, me dejaban comer un cacho si iba yo a comprarla, y claro que iba, pero sin osar meter la mano para coger un caramelo de los que estaban en la ventana, mientras bajaba de la planta alta la supuesta bruja, porque parecía que la bruja siempre te miraba, aunque no estuviera contigo» (32).

Por lo general la bruja es una mujer. El Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias (S. XVII) advierte que:

«Aunque hombres han dado y dan en este vicio y maldad, son más ordinarias las mugeres, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reynar; y es más ordinario tratar esta materia debaxo del nombre de bruxa que de bruxo» (33).

Esta categoría femenina de la bruja va asociada a otros dos aspectos también femeninos: la luna y la noche, constituyendo estas tres los vértices configuradores de un triángulo de terribles efectos nocivos de signo mágico. La bruja es la personificación del mal, de los cultos prohibidos, así como el sacerdote lo es del bien. Curiosamente, en ambos casos el sexo rechazado –masculino o femenino – no se reconoce sino como acólito, ayudante del ministro.

En algunos lugares de León se puede hablar de la existencia de brujos –ya he mencionado anteriormente la presencia del “meigo” en Val de San Lorenzo –, pero mayoritariamente son de segunda fila, ya que no cumplen otra función que la de ayudar a las brujas. César Morán narra el siguiente caso, ocurrido en Quintanilla del Monte: «Yendo una mujer al campo a llevar la comida a su marido, notaba que por el camino le tiraban de la saya para atrás, sin que hubiese por allí alma viviente. Al llegar, expuso el caso al marido, y observó que éste tenía entre los dientes hilos del color de la saya. Cayó entonces en la cuenta de que se había casado con un meigo» (34).

Otro caso es el del brujo de Seisón de la Vega, un curandero que trataba enfermedades como la ictericia, la histeria y las hemorroides con ciertas “hierbas de San Apapurcio”, machos o hembras según conviniese –eran machos si tenían un número par de bolitas, y hembras si el número era impar–, las metía en una pequeña bolsa y el paciente tenía que llevarlas en un bolsillo trasero, o bien cosidas a la ropa. A medida que se secaban las hierbas, iban desapareciendo las dolorosas hemorroides.

Aunque menos extendida, interesa también la creencia en ciertos diablos, que viven parásitos de las personas y actúan como si fuesen antiángeles de la guarda. Tal es el caso de los diablos o espíritus de las nubes, también llamados reñuberos, riñoberos o ñublaos, a los que generalmente se considera malignos. Para combatirlos en Rosales se emplea este conjuro:

Marcha, truena reñubera
a los montes Pirineos,
donde no hay pan ni paja,
no andes por estos careos.

En Los Argüellos, cuando alguien se enfada se dice que se pone como un reñubero, y llaman “cara de reñubero” a quien es feo.

En Maragatería se cree que caen de las nubes con las tormentas, adoptando forma humana para hacer mal de ojo. Existen numerosas leyendas que narran encuentros con estos personajes.

En Riolago de Babia son considerados como espíritus benéficos, aunque también están asociados a las tormentas. Se cree que las personas que son atentas con ellos obtienen en recompensa una buena cosecha.

En cambio en La Bañeza consideran que las tormentas son producidas por un cíclope, guardián de un tesoro, que cuando se enfurece sopla el viento originando las tormentas. La única forma de acabar con este cíclope es clavándole una astilla al rojo vivo en el ojo, acción que debe realizar un muchacho.

Otra atribución que se hace a los demonios es la de la esterilidad. Como ejemplo nos sirve esta costumbre de La Cabrera: en este pueblo la noche de bodas, y en presencia de todos los parientes, la madre de la novia mojaba una espiga de trigo en una cazuela llena de agua bendita, rociando con ella a los recién casados, mientras rogaba:

¡Virgencita del Carmen,
que prenda, que prenda!

Mientras tanto el padre de la novia, para ahuyentar a los demonios, decía:

Bichos malinos,
fuera de aiquí,
que el agua bendita va trai de ti (35).

La presencia del diablo es frecuente en los cuentos populares de esta región. En ellos el diablo aparece casi siempre como un ser estúpido, siendo objeto de engaño (36).

En Oseja de Sajambre las mujeres estériles que quieren conseguir la fecundidad acuden a unas curanderas que suministran pócimas para ese fin. Cierto es que el oficio de la curandería es tan antiguo como la propia preocupación del hombre por su salud y la de sus animales domésticos. Por un proceso que hubo en el S. XVII contra una mujer llamada Lucía Gutiérrez, vecina de Priaranza, cerca de Astorga, sabemos que en aquella zona los curanderos curaban la enfermedad de la pelagra –también llamada mal de la rosa–, arrancando una rosa y echando queso, pan y vino en el hueco dejado por la raíz, cubriéndolo después con tierra sobre la que se colocaba una vela; a continuación rezaba un credo y estregaba al enfermo con un puñado de aquella tierra.

Un siglo después, concretamente en 1761, está fechado el documento que recoge el proceso inquisitorial contra una mujer de Santibáñez de la Isla, acusada de practicar la curandería con plantas mágicas y conjuros e invocaciones a diversos santos. En este proceso se recoge un remedio empleado por ella para curar a una mujer que tenía aire atravesado en los pechos, con lo cual no podía amamantar a un hijo recién nacido. Calentó vino y aceite en una escudilla, y en otra echó romero, tomillo y unos palos de escobajo que eran buenos para el aire; después añadió otras hierbas en número impar. Levantó la escudilla con el vino y el aceite a la altura del pecho de la paciente, para que el humo y el vaho le entrara por los pechos. En la otra escudilla, con el romero y las otras hierbas, hizo cruces con las manos, recitando algunas oraciones. Al concluir, decía:

Con la lanzada que dio Longinos a Nuestro Señor, al pie de la Cruz. Amén Jesús.

Y así logró curar a la mujer. En el documento aparece otro testimonio en el que se habla de la curación de una nube en un ojo, con doce o trece granos de trigo blanco y este conjuro:

Si la nube es negra, Dios la detenga;
si es blanca, Dios la deshaga;
si es rubia, Dios la consuma.
Señora Santa Lucía, señora Santa Ana,
devuelve la vista a Benito (37).

Una curandera de Ambasmestas quitaba las verrugas en el plazo de un mes, siempre que el paciente le dijera el número exacto de verrugas que tenía, ni una más ni una menos. Para ello utilizaba una rama de xesta –especie de arbusto empleado en la fabricación de escobas–, con la que confeccionaba tantos nudos como verrugas deseaba hacer desaparecer (38). También se conoce el caso de una curandera de la Cabrera Baja que curaba las verrugas y la tisis.

En La Bañeza había una mujer que curaba las calenturas, conocidas popularmente como tercianas y cuartanas, con parches elaborados con una tela gruesa y alcanfor. Los colocaba sobre el estómago y el paciente no podía lavarse los pies ni comer picantes durante un mes (39).

En la mentalidad popular se asocia la figura de la curandera con la brujería; de esto da prueba un artículo de César de la Rosa, publicado en la revista Estampa en 1936, en el que, hablando del filandón en Maragatería, dice:

A veces, una emoción o el trabajo excesivo hacen rodar por el suelo, alfombrado de bálago fresco, a alguna de las mujeres que cae desmayada. Entonces, si el “vinagre para los pulsos” no basta para volver en sí a la desmayada, se recurre a la oración, que pronuncia enfática la meiga, esa bruja a quien temen, ¡todavía!, en tantos pueblos castellanos, gallegos y satures, que dice así: «En nombre del Padre, e del Hijo, e del Espíritu Santo: tres ángeles que iban por un camino encontraron a Nuestro Señor Jesucristo. ¿A dónde vais acá los tres ángeles? Acá vamos al monte Olivote, y yerbas y ungüentos cortar, para nuestras cuitas y plagas sanar. Los tres ángeles allá iredes; por aquí vendredes; pleito y homenaje me paredes, que por estas palabras precio non llevaredes, excepto aceite de oliva y lana sebosa de ovejas vivas. Conjúrote, plaga o llaga, que no endurezcas ni lividinezcas por agua ni por viento, ni por otro mal tiempo, que ansí hizo la lanzada que dio Longinos a Nuestro Señor» (40).

Un tipo de curandero específico es el llamado encañador. Un caso muy célebre fue el de un astorgano conocido como “El Carreto”, cuyo método de curación consistía en tender al enfermo en el suelo, zarandearle y pellizcarle; después le aplicaba unos polvos rojizos cubiertos con trementina y, finalmente, le pegaba estopa en el cuerpo, dejándole casi inmovilizado (41).

Otro tipo determinado de curación es el que se hace con ensalmos –por ensalmo se entiende todo rezo empleado con una finalidad exclusivamente terapéutica–, conjuros, plegarias u oraciones (42). Es sobradamente conocido el empleo que se ha hecho en diversas circunstancias de textos y dichos religiosos, así como de oraciones.

En 1562 está fechado un proceso incoado a Juan de Casasola, ensalmador de Riego de la Vega, que curaba fístulas e hinchazones con ciertos rezos (43). Otro tipo de ensalmador muy particular fue fray Juan, monje astorgano, que se dedicaba a confeccionar cédulas benditas contra diversos males (44).

Conocida es esta plegaria que se rezaba al coger acedas (45) para comerlas. Mis padres recuerdan que, siendo mozos, así lo hacían: antes de comerlas se santiguaban, pidiendo que las hojas no estuvieran malas, ya que se comían sin lavarlas previamente:

Por aquí pasó Dios,
por aquí la Virgen,
si tienen veneno
que me lo quiten.

También es muy popular el conjuro que se hace para curar las heridas:

Sana, sana, culito de rana,
si no sanas hoy, sanarás mañana.

Para curar la ictericia, mi abuela Dolores en Val de San Lorenzo recitaba la siguiente plegaria:

A verte vengo, manrubio,
antes de que salga el sol,
que me quites la (ic)tericia ç
y me vuelvas el color (46).

Si se trataba de motas en los ojos, hablaba de una plegaria que terminaba así:

[…] curáiselos a mi amante,
que los tiene petillosos (47).

Recuerdo que si alguien tenía hipo, lo que hacía la abuela era contar una historia que asustara al que lo padecía y enseguida se le quitaba.

También ha habido rezadores empleados en otras ocupaciones distintas a la salud. En el Valle de Fenar había mujeres que “echaban la oración a San Antonio” para recuperar objetos perdidos. Particularmente familiar me resulta esta costumbre, ya que mi tía Antonia –conocida en el pueblo como Toñica– solía rezar con frecuencia esta oración cuando algún familiar o vecino se encomendaba a ella después de haber perdido algo. También acostumbraba a “echar la oración a San Antonio” cuando alguien emprendía un viaje:

Si buscas milagros, mira:
muerte y error desterrados,
miseria y demonio huidos,
leprosos y enfermos sanos.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
El peligro se retira,
los pobres van remediados.
Cuéntenlo los socorridos,
díganlo los paduanos.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
Gloria al Padre,
gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
Ruega a Cristo por nosotros,
Antonio glorioso y santo,
para que dignos así

Oración: Haced, oh Señor, que la intercesión de vuestro confesor y doctor, San Antonio, llene de alegría a vuestra Iglesia, para que siempre sea protegida con los auxilios espirituales y merezca alcanzar los eternos goces. Por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

En Maragatería la presencia del lobo ha sido frecuente, sobre todo en las frías noches del invierno. Mis padres recuerdan que a un hombre, que se vio atacado por los lobos, se le quitó el habla y tardó en recuperarla. A un tío mío que iba en bicicleta desde Astorga a Val de San Lorenzo le salieron los lobos y lo rodearon; el remedio que utilizó para librarse de ellos consistió en hacer fuego con una mecha, con lo cual los lobos se asustaron y huyeron. También mi padre recuerda otros estragos que hacía el lobo en su pueblo siendo él un mozo: cuando este peligroso animal dañaba a las ovejas, había que matarlas, ya que curaban muy mal. Y en más de una ocasión los lobos atacaron a las caballerías: levantaban la pata para orinar sobre los caballos, y eso era señal de que estaban preparados para atacar y comer. Por eso no es de extrañar que en su pueblo, Lagunas de Somoza, se utilizara este conjuro a modo de romance para ahuyentar a tan temido animal:

A la una alumbra
más el sol que la luna.
Las dos son las dos tablillas
donde Moisés puso los pies
para subir a la ciudad santa
de Jerusalén.
Las tres son las tres Marías.
Las cuatro son los cuatro evangelios.
Las cinco son las cinco llagas
de Nuestro Señor Jesucristo.
Las seis son los seis cirios,
que alumbran de día a los vivos
y de noche a los ofrecidos.
Las siete son las siete palabras.
Las ocho son los ocho gozos.
Las nueve los nueve meses
que estuvo Jesucristo
en el vientre de la Virgen.
Las diez son los diez mandamientos.
Las once son las once mil vírgenes.
Las doce son los doce Apóstoles.

En una entrevista hecha para la radio (RNE) el 19 de noviembre de 1988 contaba mi abuela Dolores Fernández que, siendo ella pequeña, iban al pueblo tres hermanas mayores con un pastor; dos de ellas hilaban a la rueca y la otra hacía calcetín. Uno de aquellos crudos días de invierno dijo: «Tengo frío. Marcho pa’ la cama». Y una de las señoras la increpó diciendo: «¡Dolorines! Fila, coño, que te cuento un cuento de brujas». Ante el temor que había a las brujas, Dolores respondió: «Ti Rosa, ya hilo, que no quiero el cuento».

Y sigue Dolores: «Hablando de brujas… No te podías mirar al espejo de noche porque te llevaba el diablo por el moño al rastro. Contaban que una mujer maragata se peinó de madrugada para estar preparada para la fiesta, y después en vez de acostarse quedó de bruces encima de la mesa para no deshacer el moño. Entonces durmió un poco y creyó que se había despeinado, fue y se miró al espejo, y cuando se miró dijo que era el diablo que la había cogido por el moño. Como se había despeinado pensó que había sido el diablo que la llevaba al rastro pa’l infierno. Le pidió entonces que por Dios la dejara, y el demonio le dijo: “Te dejaré si me dices las trece verdades”. Y ella le dijo:

“Las trece verdades te las diré que bien las sé:
las trece verdades,
los doce apóstoles,
las once mil vírgenes,
los diez mandamientos,
los nueve meses,
los ocho gozos,
los siete dolores,
las seis candelicas,
las cinco llagas,
los cuatro evangelistas,
las tres virtudes,
las dos tablas de Moisés
donde puso Jesucristo los pies,
uno y trino por los siglos de los siglos. Amén”.

Y la dejó el diablo. Tenía que decir las trece verdades de mayor a menor. Al final la mujer se murió de vieja, pero el diablo no la llevó. Se dice que las dijo rápidas. Pero… no te miraras al espejo».

En El Bierzo, los conjuradores de las tormentas lograban con sus rezos partir la tormenta. En Bembibre existió uno de estos conjuradores, originario de Noceda. En la Válgoma era conocido el tío Roxo, quien, en caso de tormenta fuerte, se ponía en medio del corral con los palos de limpiar el horno en forma de cruz, y entonaba ciertos rezos (48).

También en Maragatería, junto al temor a las brujas y lobos, se ha temido a las tormentas. Por eso se decía esta expresión: “El que no teme a la tormenta, no teme a Dios”. Contra este peligro las mujeres solían encender un cirio –mi madre lo sigue haciendo aún hoy–, que previamente había estado encendido en la tarde y noche del Jueves Santo ante el Santísimo, y que servía de elemento protector. Para estas ocasiones se recitaba la siguiente oración a Santa Bárbara, abogada contra las tormentas: +ç

Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita;
guarda pan y guarda vino
y a la gente en el camino.

Otras personas, como las de Lagunas de Somoza, rezaban esta oración con características de conjuro:

Válganos la Cruz del cielo,
la Altísima Majestad,
Santa Bárbara bendita,
la Santísima Trinidad.
Válganos Nuestro Señor
en la hora en que nació,
en la Hostia consagrada
y en la Cruz en que murió.

Traigo aquí otra plegaria contra las tormentas, recogida en El Vellón (Madrid), que, aunque no sea de León, es una versión similar a las empleadas en tierras leonesas contra el demonio y para ahuyentar a los lobos, como he apuntado anteriormente. Esto indica que se trata de una misma plegaria recitada con finalidades diferentes:

– De las doce palabras retronadas (49), dime launa:
– Sólo es una la que parió en Belén, Virgen y pura.
– De las doce palabras retronadas, dime las dos:
– Las dos tablitas de Moisés, donde Cristo puso manos y pies, para subir a la Casa de Jerusalén.
Sólo es una la que parió en Belén, Virgen y pura.
– De las doce palabras retronadas, dime las doce:
– Las doce, los Doce Apóstoles.
Las once, las once mil vírgenes.
Las diez, los diez mandamientos.
Las nueve, los nueve meses de la Virgen.
Las ocho, los ocho coros de ángeles.
Las siete, los siete libros misales.
Las seis, las seis candelitas que lucen en Galelía.
Las cinco, las cinco llagas.
Las cuatro, los cuatro Evangelistas.
Las tres, las tres Marías.
Las dos, las dos tablitas de Moisés, donde Cristo puso manos y pies, para subir a la Casa de Jerusalén.
Sólo es una la que parió en Belén, Virgen y pura (50).

Así como los curanderos han abundado en la provincia leonesa, menos frecuentes han sido los adivinadores del futuro. No obstante quiero señalar el caso de “el loco” de Riaño, quien, al parecer, predijo en los años cuarenta del pasado la construcción del pantano, cuyas aguas anegan ya aquellas tierras (51).

Otra creencia extendida en esta región es la de las “ánimas en pena”. Con esta expresión nos referimos a las almas de aquellos difuntos que tienen alguna deuda contraída, pero no cumplida, y andan errantes aguardando el descanso eterno, descanso que no llegará en tanto la deuda no se cumpla.

Se puede decir que el culto a los muertos nace con el hombre. Es ésta una costumbre que viene de antiguo; de hecho se remonta al neolítico. Los pueblos en las diferentes culturas celebran sus propios ritos en recuerdo de los difuntos. En nuestra cultura tradicional conservamos la Fiesta de Todos los Santos y el Día de Todos los Difuntos, al comenzar el mes de noviembre. Es mucho lo que se ha escrito sobre los espíritus de los muertos, las apariciones y los fantasmas. ¿Quién no ha oído hablar, por ejemplo, de la Santa Compaña? Y ésta no es otra cosa que la agrupación de almas en pena.

En Castilla y León existía la creencia de que las almas en pena se manifestaban en la noche de Todos los Santos. Por eso se tocaban las campanas toda la noche con el fin de ahuyentarlas. Se cuenta que en Burón las ánimas se aparecían durante la noche en el Puente de Torteros, pidiendo a los transeúntes dinero o alhajas a cambio de pasar sin sufrir daño. Algunos testigos aseguraban que tenían apariencia humana y que se exhibían envueltos en sábanas blancas. Una mujer de Ponferrada, la tía Jesusona, contaba una historia de cierta alma en pena, que en vida fue tratante de ganados. El cura explicó a un hermano del difunto que la única forma de ayudarle a descansar en paz era que «un familiar rompiese el hábito del espíritu por detrás, ya que las almas en pena llevan siempre hábitos, pero por delante los llevan bien sujetos y no se les puede hacer nada, mientras que por detrás los llevan más sueltos y se les puede romper fácilmente». Así lo hicieron y lograron que desapareciera el espectro. Poco después falleció el hermano, y decían que había sido por tocar el espíritu, ya que allí se cree que quien tiene contacto con los espíritus muere al poco tiempo. En la zona de El Bierzo abundan las creencias y leyendas de ánimas (52). En Sigüeya se creía que por las noches se le aparecía una procesión de ánimas a los mozos que tenían novia en un barrio diferente al suyo. En Tremor de Arriba se decía que en las noches de invierno aparecía una procesión de ánimas, con velas encendidas en las manos, que venía desde el convento de Cerezal hasta alguna casa del pueblo para amenazar a los familiares de algún vecino muerto recientemente que si no cedían al convento determinada finca, el alma del difunto penaría eternamente en el purgatorio.

Hay romances y cuentos populares que tocan el tema de las ánimas en pena. Uno de los romances es el que ha recogido Pilar García de Diego en Brugos de Fenar:

El día de san Andrés,
por ser día señalado,
salieron cuatro estudiantes
del estudio muy nombrado.
El día de Navidad
en Salamanca han entrado.
En el medio del camino,
una mujer encontraron.
– ¿Dónde van los cristianicos?
¿Dónde van los licenciados?
– A buscar casa de hueco
o mesón desocupado.
– Casa yo vos la daré,
viviréis desengañados,
sólo que dicen que de noche
que ahí andan almas penando.
Encendieron una vela
y ellos todo lo miraron,
ellos allí nada vieron,
y ellos allí se quedaron.
Eso de la media noche
comienzan a abrir puertas,
con cerrojos y candados.
El más atrevido de ellos
de la cama se ha tirado,
con las pajas hace cruces,
entendiendo que es el diablo.
– No soy cosa del otro mundo,
ni tampoco soy el diablo,
soy el amo de la casa
que por ella ando penando,
porque he forzado una niña
de la edad de diez y ocho años
y la tiré pa’ esa noria.
Por Dios vos pido, cristianos,
saquéis los huesos de allí
y los tiréis al sagrado.
Debajo de vuestra cama
hay un tesoro guardado.
Que le digáis dos mil misas
con memoria y cabo de año:
y lo otro que vos quedare
lo repartáis como hermanos.
Quedaros con Dios, adiós;
quedaros con Dios, amados,
yo me voy a descansar
con los bien aventurados (53).


En Val de San Lorenzo las viejas contaban historias de ánimas, como la sucedida al ti Santiago –esta historia la relató Dolores Fernández–, cuando iba montado en la burra con la quilma (el costal) que se le cayó al camino. Bajó de la burra e intentó levantar el saco, pero pesaba mucho y no podía. Invocó a las ánimas para que le ayudaran, ya que al lado se alzaba el muro del cementerio. De la tierra salió un brazo descarnado que tendió su huesuda mano al ti Santiago para ayudarle a levantar la quilma, subiéndola juntos de nuevo a lomos del animal. Muy respetuoso con las ánimas le agradeció el hombre la ayuda y le preguntó qué se le podía ofrecer, si algo le faltaba, contestándole que no andaba muy sobrado de Padrenuestros para la salvación de su alma. A veces en los caminos podían verse calabazas o remolachas huecas con velas encendidas dentro y agujeros en forma de calavera para asustar a los viajeros.

La cultura tradicional también ha conservado leyendas y creencias acerca de otros seres, como los duendes y trasgos. Los duendes son una especie de espíritus domésticos, a diferencia de los trasgos, a los que se identifica más bien con diablos traviesos y burlones. Algunas personas se atreven a describirlos como seres diminutos, de apariencia humana, negros y cojos, con aire socarrón, ojos muy vivos y sonrisa maliciosa, que aparecen vestidos de encarnado y con un gorro en la cabeza. A ellos se alude en la tradición oral cuando algo desaparece o no lo hallamos en su sitio y no encontramos explicación alguna; entonces se suele decir que hay duendes en la casa. Otras veces la alusión es a las meigas o brujas, de las que he hablado al comienzo de este artículo.

En la provincia de León se habla de casas enduendadas. En Lagunas de Somoza, pueblo de mi padre, se asegura que hay una casa enduendada, conocida como “la casa del duende” o “la casa del ti Tomás Álvarez”. Este caso me resulta familiar, ya que actualmente esta casa es propiedad de un pariente. Mi madre cuenta que, hace ahora cuarenta años y sin saber que se trataba de “la casa del duende”, cuando fue a pasar se le puso “la carne de gallina”. Desde entonces no ha vuelto a entrar en la casa. Hay quien dice que del techo caían monedas de oro, y también que por allí andaban gallinas sin cabeza.

Otro caso célebre ocurrió en Tolibia de Abajo, donde uno de estos seres molestaba insistentemente a las gentes con sus pisadas en los pajares, desatando las cuerdas de los odres para que se vaciaran de vino y haciendo desaparecer la matanza. También ha sido conocido el “duende de Mena”, que se ensañaba con las mujeres y los animales. El de Viñales se entretenía trenzando las crines de las caballerías y provocando estruendos.

Los adultos recurren muchas veces a los duendes cuando tratan de asustar a los niños por su mal comportamiento. En este sentido podemos decir que estos seres son de enorme aplicación práctica para inducir la conducta infantil, aunque no son los únicos, ya que existen otros seres irreales ante quienes los más pequeños sienten auténtico pavor cuando se los nombran, como “el hombre del saco”, “el tío Camuñas”, “el tío del sebo”, “el hombre de pez” –se dice que los niños se quedan pegados a él–, “el sacaúntos” –se trata de un hombre que anda con un saco y un cuchillo, sacando el unto a los niños–, o “el coco”, entre otros. Mi padre solía decir: «Que viene el coco, y come a los niños que duermen poco».

Hasta aquí he recogido algunos datos relacionados con el mundo de la brujería en León. He partido de los testimonios más cercanos de que dispongo, los de la propia familia y los de la comarca de la Maragatería, que es donde tengo mis raíces, para luego acercarme a otros lugares próximos y a otros temas supersticiosos, como el de los duendes y trasgos o las “ánimas en pena”. No se trata, ni mucho menos, de un trabajo exhaustivo sobre esta materia, pero considero que la diversidad de datos y testimonios encontrados acerca de las brujas y que he recogido aquí es suficiente como para pensar que este tema traspasa el ámbito del cuento popular y nos acerca a una realidad, o al menos a una superstición.


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NOTAS
(1) COVARRUBIAS, Sebastián de: Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Ed. Turner, Madrid, 1979, p. 238.

(2) ALONSO PONGA, José Luis y DIÉGUEZ AYERBE, Amador: Etnografía y folklore de las comarcas leonesas. El Bierzo, Ed. Leonesas, León, 1984, p. 242.

(3) BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, pp. 296–298.

(4) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma. Diputación Provincial de León, León, 1986, pp. 177–178.

(5) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, p. 93.

(6) GARCÍA GONZÁLEZ, Miguel J.: “Creencias y cultos en El Bierzo prerromano y romano”, en Estudios Bercianos, Nº 2, León, 1984, p. 45.

(7) ALONSO PONGA, José Luis y DIÉGUEZ AYERBE, Amador: Etnografía y folklore de las comarcas leonesas. El Bierzo, Ed. Leonesas, León, 1984, p. 242.

(8) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma. Diputación Provincial de León, León, 1986, p. 165.

(9) GARCÍA GONZÁLEZ, Miguel J.: “Creencias y cultos en El Bierzo prerromano y romano”, en Estudios Bercianos, Nº 2, León, 1984, p. 45.

(10) ARENAS, Yolanda: “Val de San Lorenzo. Veladas entre lana y brujas. Dolores Fernández, una anciana tejedora que continúa una tradición centenaria, recuerda los cuentos de meigas y los romances maragatos”, en La Crónica, 26 de diciembre de 1987, p.

16; GAJATE, Agustín: “La Navidad antigua en el Val de San Lorenzo”, en El Faro Astorgano, 24 de diciembre de 1987, p. 13.

(11) GAJATE, Agustín: “La Navidad antigua en el Val de San Lorenzo”, en El Faro Astorgano, 24 de diciembre de 1987, p. 13.

(12) GONZÁLEZ PRIETO, R.: “Aspectos animológicos en comunidades del Páramo leonés”, en Tierras de León, Nº 53, León, 1983, p. 70.

(13) BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, p. 137.

(14) ALONSO PONGA, José Luis: “Contribución al estudio de las fiestas de San Juan en la provincia de León”, en Revista de Folklore, Nº 6, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1981, p. 27; CASADO LOBATO, Concha: León, Ed. La Muralla, Madrid, 1977, p. 13.

(15) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, p. 91.

(16) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma.

Diputación Provincial de León, León, 1986, pp. 174–175.

(17) UNAMUNO, Miguel de: Obras completas, I. Paisajes y ensayos., Ed. Escélicer, Madrid, 1966, pp. 392–393; BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, p. 150.

(18) CASADO LOBATO, Concha: La indumentaria tradicional en las comarcas leonesas, Diputación de León, León, 1991, p.

29; BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, pp. 151–153.

(19) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, p. 109.

(20) BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, p. 302.

(21) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma. Diputación Provincial de León, León, 1986, p. 126.

(22) ALONSO PONGA, José Luis y DIÉGUEZ AYERBE, Amador: Etnografía y folklore de las comarcas leonesas. El Bierzo, Ed. Leonesas, León, 1984, pp. 245–246.

(23) CASADO LOBATO, Concha: La indumentaria tradicional en las comarcas leonesas, Diputación de León, León, 1991, p. 399.

(24) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, p. 179.

(25) CASADO LOBATO, Concha: La indumentaria tradicional en las comarcas leonesas, Diputación de León, León, 1991, p. 454.

(26) ESPINOSA, Aurelio M.: Cuentos populares de Castilla y León, Tomo I, CSIC, Madrid, 1996, pp. 357–358. En esta obra se recogen varios cuentos de brujas: pp. 355–382.

(27) Resulta acertada la expresión «meigas» empleada por Carolina, ya que en Maragatería es común la denominación meiga en lugar de bruja. Además en su etimología, la palabra meiga deriva del latín “magicus” y pertenece al dialecto leonés.

(28) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma. Diputación Provincial de León, León, 1986, pp. 169–171.

(29) MORÁN, César: “Notas folklóricas leonesas”, en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo IV, Cuaderno 1º, CSIC, Madrid, 1948, pp. 72–73.

(30) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma. Diputación Provincial de León, León, 1986, p. 162.

(31) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La piedra celeste. Creencias populares leonesas, Excma. Diputación Provincial de León, León, 1986, pp. 160–161.

(32) ARENAS, Yolanda: “Val de San Lorenzo. Veladas entre lana y brujas. Dolores Fernández, una anciana tejedora que continúa una tradición centenaria, recuerda los cuentos de meigas y los romances maragatos”, en La Crónica, 26 de diciembre de 1987, p. 16.

(33) COVARRUBIAS, Sebastián de: Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Ed. Turner, Madrid, 1979, p. 238.

(34) MORÁN, César: “Notas folklóricas leonesas”, en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo IV, Cuaderno 1º, CSIC, Madrid, 1948, p. 73.

(35) BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, pp. 204–207.

(36) ESPINOSA, Aurelio M.: Cuentos populares de Castilla y León, Tomo II, CSIC, Madrid, 1997, pp. 131–135: recoge dos cuentos sobre el demonio burlado.

(37) BLANCO, C.: “Inquisición contra curanderismo”, en El Faro Astorgano, Astorga, 30 de junio de 1987; BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, pp. 225–226; RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, pp. 161–162.

(38) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas. León, 1990, pp. 169–170.

(39) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, p. 167.

(40) ROSA, César de la: “Amor, costumbres y supersticiones en Maragatería”, en Fraile Gil, José Manuel, Estampa de Castilla y León, Centro de Cultura Tradicional, Salamanca, 1987, pp. 212–215.

(41) BENAVIDES MORO, N.: Por mi tierra de León, Madrid, 1957, pp. 175–177; BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, p. 260; RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, pp. 165–166.

(42) Los deslindes entre los conceptos de ensalmo, conjuro, plegaria y oración los podemos encontrar en PEDROSA, José Manuel: Entre la magia y la religión: Oraciones, conjuros, ensalmos, Ed. Sendoa, Gipuzkoa, 2000, pp. 8–11, amén de las investigaciones realizadas por CAMPOS MORENO, Araceli: “Diferencias y analogías entre oración, ensalmo y conjuro”, en Oraciones, ensalmos y conjuros mágicos del Archivo Inquisitorial de la Nueva España. 1600–1630, Edición anotada y estudio preliminar, tesis de maestría, México: UNAM, 1994, pp. 20–24.

(43) RÚA ALLER, Francisco Javier y RUBIO GAGO, Manuel Emilio: La medicina popular en León, Ed. Leonesas, León, 1990, p. 160.

(44) RODRÍGUEZ DÍEZ, M.: Historia de Astorga, Ediciones y Publicaciones Astorganas, Astorga, 1981, p. 656; BLANCO, Juan Francisco: Brujería y otros oficios populares de la magia, Ed. Ámbito, Salamanca, 1992, pp. 240–241.

(45) Las acedas son hojas que había en las praderas, semejantes a las del laurel, y que comían los chavales.

(46) FRAILE GIL, José Manuel: Conjuros y plegarias de tradición oral, Compañía Literaria, Madrid, 2001, p. 309.

(47) FRAILE GIL, José Manuel: Conjuros y plegarias de tradición oral, Compañía Literaria, Madrid, 2001, p. 297.

(48) ALONSO PONGA, José Luis y DIÉGUEZ AYERBE, Amador: Etnografía y folklore de las comarcas leonesas. El Bierzo, Ed. Leonesas, León, 1984, pp. 247–248.

(49) Esta canción acumulativa se ha utilizado como respuesta a las pretens